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sábado, agosto 05, 2006

El tiempo de los supermercados


El tiempo de los supermercados

Aunque me critiquen de anticuado, prefiero mil veces ir a comprar a la tienda del barrio que al supermercado. No es por un tema de precios. Cualquier ingenuo conocedor de una economía de escala, sabe que cuando un local compra sus productos e insumos por grandes cantidades, sus costos se rebajan y por lo tanto puede ofrecer precios más convenientes. Pero el motivo de esta columna, no es otro que reconocer que el mercado si bien en ocasiones es más eficiente, no siempre es más humano.

Recuerdo como si fuera ayer a la italiana Mina Mascardi. La “señora Mina”, como le decían con cariño, instaló un pequeño negocio en calle Valdés Vergara en Chorrillos y pese a vivir muchos años en Chile nunca perdió su acento característico. Jamás ocupó una calculadora: sólo un lápiz y un papel. Y no se equivocaba.

En el barrio la querían mucho, pues su atención era cálida y amable. No sólo te preguntaba qué ibas a llevar, también se preocupaba de tu familia y en ocasiones entregaba remedios caseros que eran bastante certeros. Aparte de conocer a mi padre cuando joven, ubicaba a mis hermanos y alcanzó a ver a mis sobrinas. Tres generaciones que crecieron comprando golosinas en el almacén de la italiana.

Los “media hora” a peso y las trufas de chocolate eran un festín para cualquier niño de siete años, lo mismo sus volantines que se vendían en septiembre. Las viejas vibraban con sus infaltables recetas para hacer pastas. Todo era parte de una atención amable y que tomaba tiempo. Uno no se demoraba menos de 15 minutos en comprar tres o cuatro cosas. La conversación era un ingrediente más del proceso que se cocinaba a fuego lento.

Hoy los supermercados y las tiendas grandes destacan por su trato despersonalizado. No puedo evitar reírme cada vez que mi viejo le conversa a las cajeras de dichos locales. Sin lugar a dudas que ellas no conocen tú historia, ni tus orígenes, sólo tus gustos y si tienes “tarjeta x”. En ese contexto, como diría Roger Waters, “sólo eres un ladrillo más en el muro”, un número, un cliente más en una enorme fila de rabiosos consumidores.

No estoy en contra del progreso. Nadie niega las ventajas del supermercado, donde hay una mayor variedad de productos, simplificando también la cantidad de compras a realizar. Puedes encontrar un chocolate suizo, aceite argentino, champaña francesa o un whisky inglés. Pero si hay algo que no es posible adquirir a bajo precio es un trato cálido y personalizado como ocurría en la tienda de la señora Mina.