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viernes, mayo 13, 2011

Live and Let Paul¡¡¡¡¡¡


El británico desarrolló una gran presentación de su gira “Up and Coming Tour”, llena de éxitos de diferentes épocas, y cautivó como pocos saben hacerlo en el principal anfiteatro capitalino.

Por Juan Paulo Roldán

Con “Hello Goodbye”, un clásico psicodélico del filme “Magical Mistery Tour” de 1967 comenzó el concierto de Paul McCartney en el Estadio Nacional en la capital chilena.

Ante unos 53 mil enfervorizados fans de distintas generaciones, terminó una larga espera de casi 18 años por escuchar al bajista más famoso de la historia del rock, quien con su “Hofner Violin Bass” encendió la nostalgia en el tradicional recinto ñuñoíno.

Vestido con las tradicionales “botas Beatle”, el británico de 68 años demostró porque sigue vigente después de casi cinco décadas de éxitos, iniciados una fría tarde de septiembre con aquella sencilla grabación de “Love Me Do” en los míticos estudios Abbey Road junto a sus amigos John, Ringo y George, los “Fabulosos Cuatro”.

Las imágenes de colores amarillos y naranjas, como en la película “Submarino Amarillo” inundaron los rostros de los fanáticos de “Macca”, que independiente de sus edades, ideales políticos o lugares de procedencia, se transformaron por unos minutos en un afinado coro de voces para entonar una seguidilla de himnos de talla mundial producidos en esa prolífica factoría de éxitos bajo la firma “Lennon/McCartney”, en una década donde la guerra fría separaba al mundo en dos bloques.

El bueno de Paul sabe de tocar en grandes escenarios y en minutos conquistó al público aprendiendo modismos y catalogando de “chiquillos” a los asistentes, sin importar la fecha que indica el carnet. En sus recitales prácticamente no se siente el paso del tiempo; los mayores disfrutan como “cabros chicos” y los veinteañeros viajan a una época extinta: la de los inolvidables 60, donde las guitarras eléctricas cobraron un protagonismo poco antes visto.

El show continuó con “Jet” el segundo track del magistral disco “Band On The Run” de 1973, el considerado mejor trabajo del músico como solista y parece que el Nacional se viene abajo, como una pequeña réplica grado 4 del terremoto musical que provocaría en las siguientes dos horas y media de concierto, donde el músico ni siquiera se detiene a tomar un vaso de agua.

El sonido no es perfecto, pero a nadie le importa porque en las pantallas aparecieron las imágenes de “A Hard Day´s Night”, la primera película de los Beatles y explota la histeria de los asistentes con “All My Loving”, una canción tan sencilla, pero a la vez tan directa, que mantiene una frescura inédita pese al transcurso del tiempo.

Los fanáticos de Wings alucinan con “Letting Go”, tema en clave rockero donde Paul suena muy cercano a su grabación original. Luego, se ajusta el bajo y comienzan las primeras cadencias de “Drive My Car”, canción que inaugura el setlist de “Rubber Soul” de 1965, mientras en las pantallas gigantes los modelos de diversos automóviles compiten por la atención del público.

Sigue con “Sing The Changes”, la única canción de su último trabajo como solista, mientras Barack Obama aparece a ratos en las pantallas gigantes. Nunca ha negado su cercanía con el presidente de Estados Unidos, a quien le cantó hace unos meses en la Casa Blanca y a su esposa Michelle.

Con “Let Me Roll It” conecta su guitarra Gibson Les Paul de color rojo y vuelve nuevamente a los 60 para versionar a Hendrix y su “Foxy Lady”. McCartney demuestra sus pergaminos como guitarrista y le tapa la boca a todos quienes cuestionaban su versatilidad en las seis cuerdas. “Macca” es más que un buen bajista y compositor, también es un excelente intérprete con la distorsión, tal como lo demostró en 1966 con el clásico solo de “Taxman”, obra que marca el inicio del disco Revolver.

Se sienta al piano y con dos escalas de blues en tonalidad menor, trae la nostalgia del fin de la carrera de Los Beatles con “The Long and Winding Road”, uno de los mejores tracks de “Let It Be” de 1970. Logra sacar suspiros entre las fanáticas y no son pocos los que contienen la respiración para evitar caer en el llanto. Algo similar ocurre con “Something”, que le dedica a su amigo George, muerto en el 2001. El sonido de la guitarra eléctrica de Rusty Anderson, emula el tradicional solo del tema original.

Las pantallas se inundan con imágenes de Harrison bromeando con Paul o grabando decenas de clásicos en los estudios en Londres. Uno de los puntos más altos de la noche. En esos instantes poco importaba el frío o los problemas de audio del comienzo. El sonido se estaba ajustando a lo esperado.

Antes, el set acústico de “Blackbird”, “And I Love Her” y “Here Today”, logró cautivar al público acercando al artista como si estuviera tocando en el living de tu casa. Los violines de “Eleanor Rigby” en las manos del tecladista Wix Wickens, situó a los asistentes en una de las composiciones más profundas del británico, donde las cuerdas acompañan la historia de una solitaria mujer, que muere sin que nadie vaya a su funeral.

“Band On The Run” merece un párrafo aparte. La canción en tres actos es interpretada con una fidelidad al disco, que en ocasiones da escalofríos y parece estar escuchando el vinilo en la radio. Mientras en las pantallas gigantes aparecen los actores que conformaron la portada del álbum de 1973, entre ellos Christopher Lee, el mismo que hace de “Saruman” en el Señor de los Anillos.

Mc Cartney sabe que su música es una muestra esencial del siglo XX y conecta la misma guitarra con que grabó “Paperback Writer” en el 65. Sus instrumentos podrán ser objetos de un museo, pero en el escenario se conectan y se aprovechan al máximo. El sonido no puede ser más parecido a la grabación original cuando ocupaban el “Double Tracking” en las voces y aunque el registro no es el mismo, los efectos vocales de su versátil cuarteto instrumental, borran toda huella del tiempo y el viaje es sin retorno.

Continúa con “A Day In The Life”, el tema orquestal que cierra “Sgt Pepper´s Lonely Hearts Club Band” de 1967 y vuelve a homenajear de paso a Lennon, lo que emociona a los presentes.

En la segunda mitad del concierto, se sienta al piano y realiza una emotiva versión de “Let It Be” mientras las velas en la pantalla gigante y los celulares iluminan por completo el Estado Nacional en una muestra inédita de regocijo, de silencio y de veneración, disfrutando de un testamento musical de 40 años, que dura sólo tres minutos y medio.

Paul sigue con una deslumbrante interpretación de “Live and let Die”, entre medio de una enorme parafernalia pirotécnica, sacada de las mejores películas de James Bond.

“Hey Jude” uno de los singles más exitosos del cuarteto, suena por los parlantes y el coro final recorre cada rincón del anfiteatro y de las cuadras aledañas. Los celulares de los asistentes nuevamente alumbran como si fueran velas, lo que será uno de los momentos más inolvidables del concierto.

Otra vez, “Macca” da la posibilidad de escuchar las canciones con los mismos instrumentos ocupados en las grabaciones y se acomoda una antigua guitarra electroacústica Gibson, la misma que ocupó en la grabación del disco “Help” y en su presentación frente a millones de telespectadores del Show de Ed Sullivan. El sonido es mágico, el silencio emerge y un aire de calma se siente en el entorno.

McCartney contraataca después con “Helter Skelter”, canción que elaboró para competir con The Who en 1968, cuando leyó en una entrevista sobre la grabación de “I Can See for Miles” la que era considerada la obra más “pesada” en esos años y el bajista demuestra que es más que un compositor de melodías melosas y agradables al oído, poniendo un pie en los albores del Hard Rock o del Heavy Metal, varios años antes.

Con “Sgt Pepper´s Reprise” y “The End” culmina una gran presentación y los asistentes se retiran con la sensación de haber asistido a una clase de historia del rock, pero con el protagonista más vivo que nunca, “aquí y ahora” (Here Today) y no sólo pegado en el “ayer” (Yesterday) como cantaba Paul hace unos minutos, acariciando su vieja pero noble guitarra.