jproldan

sábado, agosto 05, 2006

David Gilmour: On An Island (2006)


David Gilmour – “On An Island” (2006)

Un sonido que no pierde vigencia

Con un disco sobrio, bien elaborado y siguiendo la senda de los mejores álbumes de Pink Floyd, el guitarrista ofrece un excelente trabajo, ideal para escuchar en las frías tardes de invierno.

Si hay algo que caracteriza al trabajo de Pink Floyd en su dilatada trayectoria desde 1968, es la profundidad de su lírica, la limpieza de su sonido, los conceptos que encierra cada disco y los impecables solos de guitarra de David Gilmour (inglés nacido en 1944), que adornaron algunos de sus mejores trabajos como “Dark Side of The Moon”, “Animals”, “The Wall” y “The Final Cut”, sólo para citar algunos.

Entre diversas sesiones y colaboraciones con otros artistas, el guitarrista ha grabado tres discos solistas: “David Gilmour” (1978), “About Face” (1984) y “On An Island” (2006). Este último trabajo editado en marzo, cuenta con la participación de excelentes músicos como Jools Holland (teclados), Leszek Mozdzer (piano) y las segundas voces de Graham Nash y David Crosby. Además, fue grabado en el mítico estudio Abbey Road y con algunas mezclas en la casa del músico.

El disco tiene claras reminiscencias al sonido clásico de Pink Floyd, marcando una especie de continuidad con álbumes como “Wish You Were Here”, “Atom Heart Mother” o “The Division Bell”. En “Castellorizon”, por ejemplo, Gilmour explora temáticas New-Age con sonidos orquestales, loops y el sello inconfundible de su guitarra Fender Stratocaster.

El tema “On An Island”, que le da nombre al disco, en cambio suena bastante más progresivo. Con vocalizaciones que respiran aires sicodélicos, la guitarra de Gilmour suena más vigente que nunca.

Destaca también “Take A Breath”, donde el músico interpreta la guitarra principal y la rítmica. Excelentes y acertadas orquestaciones rodean esta composición que en su lírica nos recuerda la importancia de hacer un alto en la vida para reflexionar.

“Red Sky at Night”, en cambio explora melodías oriundas del jazz. Con una base de teclado antecede al blusero “This Heaven” donde el guitarrista se pasea cómodamente por este género oriundo de la costa este norteamericana, sin olvidar el sonido experimental y “creador de ambientes” de su música.

En general, un disco bien logrado, ideal para escucharlo en una fría tarde, con la voz característica de Gilmour y los colores que emanan de su guitarra. Una pausa necesaria dentro del ajetreo del trabajo y del ruido que se siente en las calles. Aparte de tener excelentes composiciones, acá se escucha el mar de fondo y el cantar de las gaviotas, como si estuviéramos en una isla en medio de la ciudad. De allí tal vez el origen del disco: “On An Island” (En una isla).

“On An Island” (2006) – Sony Music incluye

1. Castellorizon (3:54)
2. On an Island (6:47)
3. The Blue (5:26)
4. Take a Breath (5:45)
5. Red Sky at Night (2:51)
6. This Heaven (4:24)
7. Then I Close My Eyes (5:27)
8. Smile (4:03)
9. A Pocketful of Stones (6:17)
10. Where We Start (6:46)

Natalia Ahumada: cantora popular


Natalia Ahumada, cantante popular:

“El hip hop de hoy es como el folclore de hace 40 años”

A su corta edad, esta estudiante de música se dedica a mostrar lo mejor de nuestras raíces por una simple moneda en la locomoción colectiva. Asegura que así es como está el arte en Chile, pero no pierde la esperanza algún día de grabar un disco con sus “grandes éxitos sobre las micros”.

Natalia Ahumada impresiona por la hermosa voz que tiene. Al escucharla se notan sus estudios universitarios de música y su extenso dominio de los grandes exponentes del folclore chileno como Víctor Jara o Violeta Parra, a quienes idolatra con una pasión inmaculada. “Lo mío es cantar, no importa si es en una peña o arriba de una micro, la música no conoce límites”, advierte.

Sus inicios en el arte de crear melodías se remontan a su infancia a cuando veía a su padre irse temprano en las mañanas a cantar a las micros. “No me avergüenza para nada mis orígenes, debido a que la buena voluntad de la gente me permitió comer, vestirme y estudiar”, recuerda.

Natalia nació hace 25 años en Santiago pero se declara “hija adoptiva de Valparaíso”. Actualmente estudia música en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, aunque debido a algunos problemas económicos tuvo que suspender sus asignaturas y ahora se dedica exclusivamente a tocar en las micros, además de participar de talleres de guitarra para universitarios e integrar diversos grupos de folclore. Destacada es su participación junto a la folclorista nacional Margot Loyola.

Sus orígenes fueron completamente autodidactas y en sus años de juventud pasó por diversos estilos musicales, desde el punk hasta el rock en español, pero no fue hasta una edad más madura cuando descubrió la magia de la simpleza que existe en el folclore. “Cuando escuché esa música, me sentí completamente identificada, pues aparte de ser canciones que pasan de generación en generación, son temas que reflejan una época de fuerte interés social”.

Fue precisamente en 4º medio cuando un día junto a su padre se aventuró a tocar sobre una micro. “Estaba nerviosa pero de a poquito me fui soltando y ya han pasado siete años de aquel día, pero las ganas y la sensación de tocar frente a la gente no se han ido”, afirma.

Lo que más le molesta es que le digan que anda mendigando, pues según ella su trabajo es ofrecer un espacio de música tradicional chilena entre medio del tráfico de la locomoción y los problemas de la vida cotidiana. “Algunos choferes ya me conocen y saben que mi música es como un libro de historia, que con el paso del tiempo se lee de manera diferente”.

DEL FOLCLORE Y LO DIVINO

Folclore: “Es la sabia de los pueblos. Una música netamente política. No es lo mismo escuchar a Víctor Jara que a Los Quincheros. Se transmite de generación en generación. Tiene un marcado rol social para resumir el descontento popular. Es humano y a la vez divino”.

Los jóvenes: “Pasividad y violencia. Música anglo, reggaeton, canciones de amor FM y para bailar. Costumbres extranjeras. Mucho neo-nazi pero no bailan cueca”.

La micro: “un escenario”.

Los que viajan en micro: “Gente buena onda. A veces choferes con mala cara. Los mayores enganchan más rápido, a veces hasta te aplauden. Reconocen ese vacío en la música”.

La cueca: “Se actualiza con nuevas letras, pero pierde su esencia si se toca con guitarra eléctrica, se populariza como la cantante Soledad”.

Grupo de los años 90: “Mr Bungle” o “Faith No More”

Anhelo: “Grabar un disco con mis mejores éxitos sobre las micros”.

Una cantante nacional de folclore actual: “Elizabeth Morris. Me encanta su voz y su presencia física”.

Canción favorita. “Sacando pecho y brazo” de Víctor Jara.

La música: “un alimento para el alma”.

El tiempo de los supermercados


El tiempo de los supermercados

Aunque me critiquen de anticuado, prefiero mil veces ir a comprar a la tienda del barrio que al supermercado. No es por un tema de precios. Cualquier ingenuo conocedor de una economía de escala, sabe que cuando un local compra sus productos e insumos por grandes cantidades, sus costos se rebajan y por lo tanto puede ofrecer precios más convenientes. Pero el motivo de esta columna, no es otro que reconocer que el mercado si bien en ocasiones es más eficiente, no siempre es más humano.

Recuerdo como si fuera ayer a la italiana Mina Mascardi. La “señora Mina”, como le decían con cariño, instaló un pequeño negocio en calle Valdés Vergara en Chorrillos y pese a vivir muchos años en Chile nunca perdió su acento característico. Jamás ocupó una calculadora: sólo un lápiz y un papel. Y no se equivocaba.

En el barrio la querían mucho, pues su atención era cálida y amable. No sólo te preguntaba qué ibas a llevar, también se preocupaba de tu familia y en ocasiones entregaba remedios caseros que eran bastante certeros. Aparte de conocer a mi padre cuando joven, ubicaba a mis hermanos y alcanzó a ver a mis sobrinas. Tres generaciones que crecieron comprando golosinas en el almacén de la italiana.

Los “media hora” a peso y las trufas de chocolate eran un festín para cualquier niño de siete años, lo mismo sus volantines que se vendían en septiembre. Las viejas vibraban con sus infaltables recetas para hacer pastas. Todo era parte de una atención amable y que tomaba tiempo. Uno no se demoraba menos de 15 minutos en comprar tres o cuatro cosas. La conversación era un ingrediente más del proceso que se cocinaba a fuego lento.

Hoy los supermercados y las tiendas grandes destacan por su trato despersonalizado. No puedo evitar reírme cada vez que mi viejo le conversa a las cajeras de dichos locales. Sin lugar a dudas que ellas no conocen tú historia, ni tus orígenes, sólo tus gustos y si tienes “tarjeta x”. En ese contexto, como diría Roger Waters, “sólo eres un ladrillo más en el muro”, un número, un cliente más en una enorme fila de rabiosos consumidores.

No estoy en contra del progreso. Nadie niega las ventajas del supermercado, donde hay una mayor variedad de productos, simplificando también la cantidad de compras a realizar. Puedes encontrar un chocolate suizo, aceite argentino, champaña francesa o un whisky inglés. Pero si hay algo que no es posible adquirir a bajo precio es un trato cálido y personalizado como ocurría en la tienda de la señora Mina.